lunes

Sombras sólo son, más ya no me acompañan, vago en eterno mediodía y mi reflejo de luz me rehúye, me niega.
Ya no quiso ser solo una sombra, mi sombra, y partió una noche cuando en la oscuridad se fundía.
Largos caminos habrá recorrido, ya la imagino, refugiada del día dentro de algún árbol o en algún sombrío sótano en la ciudad. Tal vez visitó iglesias y se cobijó, llegada la noche, cerca de algún lago, de ésos que se enamoran de la luna y la duplican en su piel.
Habrá danzado en la negrura de la selva junto a árboles milenarios, trepando por sus ramas y volando por entre sus copas. Recorrió ciudades antiguas, llenas de misterios e historias de desamor y muerte.
Suspiró por los idos una noche de invierno en un cementerio de Edimburgo, dónde la humedad se te cuela por los huesos y el verdín trepa por las paredes de piedra. Quizás conoció la lejana tierra del Japón y enloqueció por alguna sombra de aquellas floridas, finas y sutiles que habitan ésos lugares.
Ya no la lloro, a mi sombra, pero la espero de vuelta una de éstas noches, de ésas en que la oscuridad se escurre por la ventana de mi cocina, ya la veo, deslizándose deliciosa y en silencio por las rendijas. Y nos sentaremos juntas, lo sé, y compartiendo un licor en lo negro de la noche, me contará acerca del mundo.

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